Comentario
La ciudad europea que acogió a gran escala los principios románticos de renovación urbana fue la solemne Petersburgo, a la que sólo podrían compararse el desarrollo del Berlín ochocentista, las afines, pero más modestas, reformas de Helsinki o, a gran distancia por razones geográficas y de calidad, el planeamiento de Washington y Filadelfia. La ciudad fundada por Pedro el Grande, lugar emblemático del despotismo ilustrado, tuvo un importante desarrollo en la primera mitad del siglo XIX bajo los zares Alejandro y Nicolás, que prosiguieron la promoción de obras de engrandecimiento de la corte rusa.En Petersburgo cristalizaron los principios de embellecimiento y tratamiento arquitectónico gestados en los debates franceses después de Blondel. El francés Thomas de Thomon es autor de algunos edificios de la ciudad báltica, entre los que destaca la Bolsa (1804-16), una de las primeras construcciones que denotan la asimilación del tratamiento plástico parlante de Ledoux. Pero también hubo arquitectos rusos que interpretaron el lenguaje de Ledoux con soluciones tan originales como el Almirantazgo (1806) de Andrej Dimitrievich Zajarov (1761-1811), o las obras de Karl Ivanovich Rossi (1775-1849), autor del Palacio Miguel (1819) y del cerramiento de la Plaza de Invierno.Rossi es uno de los artífices más destacados del Petersburgo posterior a las guerras de liberación. En 1816 se inició un plan urbanístico que determinó nuevas plazas y prospectos y avaló la construcción de monumentos tan ambiciosos como la iglesia de San Isaac (1817-57), obra muy lujosa del discípulo francés de Percier, A. Augustovich Montferrand (1786-1858), de aspecto conservador, pero que luce una gran cúpula armada en hierro. El San Petersburgo postnapoleónico vuelve a poner de relieve la fidelidad formal que se manifiesta en las grandes construcciones y en el concepto urbano a las ideas que se acuñaron en la Francia revolucionaria y en el Empire.